Perdonar para liberarme
Durante mucho tiempo, me dijeron que para sanar tenía que perdonar.
Que era el paso necesario.
La meta.
El “check” espiritual.
Pero, ¿cómo se perdona algo que dolió tanto?
¿Cómo se suelta lo que marcó una parte de ti?
Perdonar no es decir que estuvo bien.
No es justificar al otro.
Tampoco es hacer como si nada pasó.
Perdonar es dejar de mantener viva la herida dentro de ti.
No para que el otro se sienta en paz…
sino para que tú puedas respirar.
Para que no vivas con el corazón atado a una historia que te desgasta.
A veces, el perdón no llega con una gran comprensión.
Llega cuando te cansas de sufrir.
Cuando ya no quieres seguir llevando eso en el pecho.
Cuando decides que tu libertad es más importante que tener razón.
Y en ese momento, quizá decides perdonarte porque no supiste amarte como necesitabas. Por no saber por límites. Por haber esperado más de lo que podías dar...
Y a veces perdonas tu versión antigua, por sobrevivir como pudo.
No siempre se siente como amor.
A veces se siente como vacío.
Como silencio.
Como si algo que te ocupaba mucho espacio, de pronto… ya no estuviera.
Y entonces no hay drama.
No hay fuegos artificiales.
Solo hay paz.
Y eso, para mí…
ya es mucho.
Ya es suficiente.
Y ya es perdón.
Comentarios
Publicar un comentario