La guardiana disfrazada de jueza

Durante mucho tiempo creí que mi mayor obstáculo era esa parte de mí que juzga.

La voz crítica, la que censura, la que no me deja fluir con ligereza.

La que me dice “esto no deberías hacerlo”, “eso no está bien”, “tú no eres así”.

La que aparece justo cuando una parte de mí quiere expresarse con libertad.


La he rechazado muchas veces.

La he querido silenciar.

La he confundido con vergüenza, con represión, con bloqueo.

Pero ahora veo algo diferente:


Mi jueza interna no es mi enemiga.

Es la guardiana de mi sensibilidad.

La protectora de lo que para mí es sagrado.


Juzgo, sí.


Pero ¿por qué?


Porque siento mucho.

Porque me afecta lo sutil.

Porque lo que para otros es “ligero”, para mí puede ser una tormenta emocional.


Y esa parte mía que juzga, en realidad, me cuida.

Me recuerda que hay elecciones que se sienten vacías,

interacciones que no respetan mi profundidad,

actitudes que me desconectan de mí misma.


El juicio aparece cuando estoy por traicionarme.


Cuando estoy a punto de decir “sí” queriendo decir “no”.

Cuando estoy a punto de ignorar una incomodidad por miedo a incomodar.

Cuando intento adaptarme a un entorno que no vibra conmigo.


En esos momentos, la jueza habla.

Y no lo hace para limitarme,

sino para preguntarme:

“¿Esto es auténtico para ti?”

“¿Esto te honra?”


Hoy, en lugar de pelear con ella, la reconozco.


La abrazo como a una parte sabia que nació cuando nadie me protegía emocionalmente.

Cuando yo era la única que podía sostener mi sensibilidad.

Y aunque a veces su tono es duro, su intención es amorosa.


Ya no la exilio.


La escucho.

Y le doy un nuevo rol:

No estás aquí para castigarme.

Estás para recordarme quién soy

cuando el ruido de fuera me quiere

confundir.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Cómo saber si un movimiento te expande

Give Me Six

La mujer que se bajó del personaje