Sentir es un acto de rebelión

Durante años me enseñaron a hablar bien, a portarme bien, a encajar.

A pensar antes de actuar. A rendir. A resolver.

Pero nadie me enseñó a sentir.

Y mucho menos…

a confiar en lo que sentía.

Crecí, como tantos otros, en un mundo donde las emociones eran vistas como una molestia.

Algo que “hay que aprender a controlar” para poder seguir siendo funcional.

Pero hoy, desde el lugar en el que estoy, con la conciencia más despierta y el cuerpo más honesto,

me atrevo a decirlo claro:

Sentir es un acto de rebelión.

No hablo de emociones desbordadas.

Hablo de sentir con presencia.

Con el cuerpo. Con la verdad.

Hablo de permitir que la tristeza me enseñe,

que la rabia me muestre mis límites,

que la alegría no me dé miedo,

y que el amor no sea sinónimo de sacrificio.


Hablo de lo más revolucionario que podemos hacer hoy:

escucharnos.

Sentir.

Parar.

Nombrar lo que duele.

Abrazar lo que late.

Desobedecer lo que nos adormece.

Durante siglos, sistemas de poder nos enseñaron a desconectarnos.

Porque una persona que no siente, obedece mejor.

Consume más.

Se cuestiona menos.

Y no pide otra vida.

Pero cuando empiezas a sentir de verdad,

algo se despierta dentro.

Algo que ya no puede fingir.

Algo que dice: “esto no me hace bien.”

“Esto no me representa.”

“Esto ya no lo quiero.”

Y ahí empieza la verdadera revolución.

En la intimidad.

En el cuerpo que tiembla.

En el llanto que limpia.

En la alegría que ya no se esconde.

Sentir es el primer paso para elegir.

Y elegir es el primer paso para ser libre.


Así que sí.

Hoy lo escribo sin miedo:

sentir es un acto de rebelión.

Y yo elijo rebelarme,

para volver a ser…

lo que soy.

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