Cuando ya no encajas, pero aún no te has ido

Hoy he salido de una reunión con el corazón tenso y un nudo en la garganta.

No ha sido una conversación sobre tareas ni productividad.

Ha sido una exposición sin anestesia.

Una sala llena de palabras medidas, pero cargadas.

Un espacio donde se me dijo, con más forma que fondo,

que mi forma de ser molesta.

Y no porque haya hecho algo mal,

sino porque mi forma de estar, de vincularme, de sentir, no encaja.


Y duele.

Porque en el fondo he intentado encajar.

He bajado el volumen de mi voz interior,

he sido eficiente, leal, prudente.

He elegido el silencio cuando podía haber gritado.

He priorizado la armonía por encima de mi verdad.


Y sin embargo…

me siento señalada. Excluida. Invisibilizada.


Hoy no me defendí.

No lloré como lo hice otras veces en casa.

Solo sentí el cuerpo recogido,

el alma en pausa,

y una certeza que no se dijo en voz alta:

“Este ya no es mi sitio.”


No porque no pueda seguir.

Sino porque ya no quiero hacerlo desde la desconexión.


Porque estoy aprendiendo que trabajar no debería doler.

Que una estructura que me aprieta no me hace más válida.

Que no tengo que justificar mi sensibilidad como si fuera una falta.


Hoy fue un punto de inflexión.

No de esos que se ven en el currículum.

Sino de los que abren grietas internas para que entre más luz.


No sé aún a dónde me lleva esto.

No tengo un plan.

Pero tengo una certeza nueva:

"Mi alma no está hecha para vivir en espacios donde la sensibilidad se considera una amenaza."


Y si me toca construirme el camino desde cero,

con amor, con voz propia, con verdad…

entonces ya estoy caminando.


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