La cáscara se está rompiendo
No es la primera vez que lo escucho.
No con palabras, pero sí con una sensación.
Una voz sin rostro.
Una certeza suave que aparece cuando estoy a punto de perderme otra vez.
Me lo repite en sueños, en el cuerpo, en los silencios.
Y hoy, he decidido escribirlo aquí.
No para contarlo al mundo, sino para recordármelo yo:
No necesito más señales.
Necesito dejar de traicionarme.
Porque en el fondo ya lo sé.
Sé lo que se acabó.
Sé lo que ya no me sostiene.
Sé lo que me aprieta el pecho cuando me olvido de mí.
Y sé que todo este dolor, esta duda, este cansancio…
no son errores.
Son la cáscara rompiéndose.
Hay una versión de mí —vieja, sabia, libre—
que me mira desde el otro lado de este proceso.
Y no me empuja.
No me exige.
Solo me susurra:
“Suelta.
Respira.
Da un paso.
Ya eres. Solo tienes que entrar.”
No sé cómo se llama esa voz.
Quizá es mi guía.
Quizá soy yo.
Pero la reconozco.
Y escribirla aquí,
publicarla,
es mi forma de decirle:
Sí.
Te escucho.
Estoy llegando.
Mi raíz está viva.
Y en verde me reconozco.
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