La sabiduría de flotar
Últimamente he tenido algunas conversaciones con alguien cercano que también siente mucho. No sé si eso se llama sensibilidad, emoción, o simplemente presencia. Pero algo en su manera de habitar el mundo me ha hecho ver lo mío desde otro ángulo. Durante años, para mí, sentir fue sinónimo de intensidad. Todo lo emocional me atravesaba como marea viva: las palabras, los gestos, los vacíos, el cuerpo, los vínculos, la historia familiar. Sentir era profundidad. Y también belleza, sí. Pero una belleza que duele. Entonces, ver a alguien que también es emocional —y que, sin embargo, no se desborda— me descolocó. Su forma de sentir es distinta: más abierta, más social, más espontánea, más contenida. Y sin embargo, real. Durante mucho tiempo creí que quien no se rompía, no sentía de verdad. Ahora sé que hay quienes aprenden a moverse por dentro como por un río: sintiéndolo todo, pero sin hundirse. Y eso no los hace menos sensibles. Tal vez, los hace más sabios. Yo he aprendido a bucear. A habit...